“Hoy siento la necesidad de hablarte de lo gorda que amanecí…”. Así empezó una conversación telefónica con una amiga de Jennifer.
La amiga le contestó: “¿Estás loca, que no acaso ayer nos pesamos en el gimnasio y pesaste 98 libras?
“¡Sí, pero mi madre hizo de cenar enchiladas, me tuve que comer una, traté de vomitar pero no pude, me sentía débil, me fui a acostar y hoy amanecí exageradamente gorda!”.
La plática continúa entre las dos amigas y se enfoca principalmente a cómo Jennifer puede evitar que las calorías de las enchiladas se acumulen en su organismo. Ella come muy poco, hace mucho ejercicio, y cuando se siente culpable de comer mucho entonces trata de vomitar, o se toma un té que compra en la tienda “de los chinos” que la hace ir al baño frecuentemente.
La amiga de Jennifer no puede más, y aunque siente que está traicionando a su mejor amiga, se lo comenta a su mamá, que a su vez es prima de la mamá de Jennifer. Y es así que esto se convierte en un gran bochinche en la familia.
Pero finalmente sus padres se dan cuenta de lo “flaca” que Jennifer está, las ojeras que siempre tiene, su poco pelo reseco, y su comportamiento insoportable. La llevan al doctor y le diagnostican un desorden alimenticio.
Qué afortunada es Jennifer de tener una amiga, y una familia que se dieron cuenta que no era tan normal estar tan delgada y su preocupación constante por su peso corporal, porque su problema pudo haber sido fatal.
Cabe mencionar que estos desórdenes, aunque se pueden presentar a cualquier edad y en ambos sexos, son más comunes entre las adolescentes y mujeres jóvenes.
En una sociedad principalmente consumista con técnicas de mercadeo diametralmente opuestas existe por un lado la obsesión de estar siempre a dieta, prácticas nada saludables para el control del peso: dietas rigurosas, ayunos, pastillas para perder peso, uso de laxantes, etc. Por otro lado abundancia de comida rápida a un costo accesible: menús por un dólar, todo lo que pueda comer por menos de $5, restaurantes tipo buffet, etc.
Quiero ahondar un poco en los dos desórdenes alimenticios más comunes: anorexia nervosa, y la bulimia nervosa.
Anorexia: Hay una ingesta de calorías mínima, contando cada caloría, preocupación exagerada con el peso con el “terror” a ganar peso, reglas estrictas para el comer, pérdida de peso muy rápida y en poco tiempo. Es común que las adolescentes con anorexia se sobreejerciten, usen pastillas de dieta. Tienen problemas de autoestima asociados a otros problemas psicológicos; gran pérdida del cabello y uñas frágiles, se sienten débiles, fatigadas, y por supuesto están malnutridas debido a la falta de comida; presión arterial y temperatura corporal bajas; ansiedad y cambios bruscos de temperamento. Se puede presentar también interrupción del ciclo menstrual.
Bulimia: Pueden existir los mismos temores y restricción de calorías como en el caso anterior; con períodos de consumo excesivo de comida (algunos le llaman comilonas) y después purgas con el uso de laxantes; inducción de vómito y ejercicio intenso. Hay inflamación de la garganta y sienten el temor de no ser capaces de controlar lo que comen. Van al baño con frecuencia, especialmente después de comer y abren la llave del agua para que no escuche cuando están tratando de vomitar.
Araceli Vázquez es dietista y nutricionista con práctica en Dallas. Puedes escribirle a Araceli@DietGenics.com o llamar al (972) 664-0846.